lunes, 28 de noviembre de 2011

La rosa y el rabino Löw.

Uno de los pocos sitios a los que he viajado por turismo y no por trabajo es Praga. Es un lugar increíble, con probablemente una de las mayores concentraciones de monumentos por kilómetro cuadrado del mundo. Josefov, es el nombre del barrio judío, donde destaca el cementerio con sus lapidas apiñadas. Me recordaba a la primera fase del viejo juego de Ghost'n'Goblins... si, ese que cuando te daban un toque te quedabas en "gallumbos".

Jewish Cementery

Creo que fue en la sinagoga vieja-nueva donde estuve ojeando un libro de leyendas judías de Praga. Por supuesto, el libro contenía la más famosa de las leyendas, que es la del Golem. Su hacedor, el rabino Löw, fue un sabio talmudista que, según esos relatos, salvó a la comunidad judía en múltiples ocasiones. Tras un sueño premonitorio, insufló vida a un trozo de barro para proteger a los judíos de Praga de sus enemigos. Durante algún tiempo el Golem sirvió al rabí Löw, más cuando no le precisó más lo devolvió al barro de donde procedía.

Otra de las leyendas del libro, quizás la que más me impresionó, hablaba de la muerte del rabino. Contaba que, cuando el talmudista rondaba ya los cien años, una terrible plaga asolaba a la ciudad. Con sagacidad, el rabí Low acudió en la noche al cementerio judío para mediar con la muerte. Al ver su cuerpo esquelético saliendo de una estela fúnebre, vio como sostenía una lista con los nombres de los que morirían al día siguiente. Con rapidez le arrebató la lista, rompiéndola al momento en mil pedazos, no sin antes haber vislumbrado su nombre en ella. La muerte clavó sus cuencas vacías en él y le espetó: "Has ganado esta vez, pero cuídate que nos volvamos a encontrar".

El sabio rabí ideo entonces un artilugio que tintineaba cada vez que la muerte andaba cerca, dándole tiempo a ponerse a salvo. Siempre llevaba el artilugio colgado al cuello, y durante mucho años la muerte intento en vano llevarse a Löw consigo, bien disfrazada de mendigo, de vendedor de pescado o de comerciante extranjero.

Cuentan que pasados bastantes años, era el cumpleaños del anciano rabino, y presa de la emoción y de las múltiples visitas, dejo la máquina olvidada en sus aposentos. Muchos saludaron al rabí, quedando para el final su biznieta, que sostenía en la mano una rosa. Dicen que tan pronto como Löw se acerco a aspirar su aroma, cayó fulminado al suelo. La astuta muerte se había escondido en la rosa, disfrazada de gota de rocío. Dicen que tras ser enterrado con grandes honores, al pasar por sus aposentos que quedaron clausurados, aun se oía el tintineo de la maquina avisándole que la muerte le acechaba.

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